14 de junio de 2018

El increíble y sin embargo auténtico caso del matrimonio entre hombres en la Edad Media.


Por Ricard Ibáñez


En concreto, la fórmula jurídica para tal tipo de uniones recibía el nombre de “adelfopoiesis” (palabreja que deriva del griego, y que significa, literalmente “hacer hermanos”. En latín se la conoce cómo “fraternitas iurata” y  “ordo ad fratres faciendum”). En roman paladino, “boda de semejanza”

¿En qué consistía? En líneas generales, en una ceremonia en la que se unían dos personas del mismo sexo (las más de las veces, hombres). No me malpiensen los mal pensados, que no era la unión de dos hombres cual si fueran marido y mujer, sino una unión fraternal, basada en las Sagradas Escrituras y la Tradición Cristiana: ¿acaso David no estaba hermanado con Jonatán? (“Apenas David terminó de hablar con Saúl, Jonatán se encariñó con él y llegó a quererlo como a sí mismo. Saúl lo hizo quedar con él aquel día y no lo dejó volver a la casa de su padre. Y Jonatán hizo un pacto con David, porque lo amaba como a sí mismo.” Libro Primero de Samuel: Capítulo 18). Muchos años más tarde, ya en el siglo IV, dos mártires cristianos, San Sergio y San Baco, también eran “amigos fraternales”, y lo fueron tanto en la vida como en la muerte, que a ambos los apiolaron los romanos por ser cristianos y no ocultarlo. Cosa mal vista en esos tiempos, ya se sabe...

A efectos prácticos era, tal y como indica el historiador británico Alan Bray (“Love, friendship and faith in Europe, 1300-1800”) un juramento de hermandad y un compromiso de ayuda mutua. A la manera de los “hermanos de sangre, o de batalla” de los antiguos pueblos bárbaros. Dos hombres hermanados no sólo juraban defenderse el uno al otro con las armas en caso necesario, sino que juraban proteger y cuidar de la familia del otro si éste faltaba. No era, en absoluto, una alternativa al matrimonio, aunque era costumbre que los dos “hermanados” fueran enterrados juntos, en la misma tumba, unidos en la muerte como lo estuvieron en la vida. Y no me acusen de homófobo a Bray que era homosexual declarado (de hecho, murió de SIDA en el 2001, a los 53 años)

De esta tesis difiere el también historiador John Boswell (“Same-Sex Unions in Pre-Modern Europe”), que sugiere que muchas de estas “uniones fraternales” escondían una relación homosexual más o menos encubierta.  Al fin y al cabo, como acertadamente señala, la Iglesia estaba en contra de las relaciones prematrimoniales, pero desatendían la condena a las relaciones sexuales extraconyugales argumentando que era una flaqueza más de la materia humana. Un hombre casado y con hijos no podía ser (además) un sodomita, y todo el mundo sabía en el medievo  que las caricias entre mujeres no eran sexo.... (ejem)

Citaremos dos casos (hay más, pero tampoco quiero aburrir al lector con mi pedante verborrea) que parecen dar la razón a un historiador y al otro:

Rompiendo una lanza por Bray: Dos gallegos, Pedro Díaz y Muño Vandilaz, levantaron  acta ante escribano el 16 de abril de 1061 de que hacían juramento de fraternidad mutua: En el texto se puede leer que ambos se comprometen a encargarse en conjunto de la casa en la que ambos viven y la iglesia colindante de Santa María de Ordes  (Ourense) que ambos tienen en propiedad , así como el repartir a partes iguales las tareas en el huerto y todo aquello necesario para vestirse, alimentarse y sobrevivir (literalmente “compartir el pan, el vino y el dinero”). Si uno cae enfermo, el otro le cuidará. Las amistades del uno serán las amistades del otro, y obrarán igual con los enemigos. Uno de los testigos es nada menos que el párroco de la iglesia que poseen. Aunque algunos han querido ver aquí un matrimonio homosexual (¡el primero en la península!) el consenso general de los historiadores es que se trataba de eso, de una unión fraternal entre dos amigos solteros de ya cierta edad que vivían juntos. Vamos, que “compartían piso y gastos” como decimos ahora. 
El documento se encuentra hoy en día en el Archivo Histórico Nacional de Madrid (por si desean consultarlo)

Defendiendo la tesis de Boswell citaremos la crónica del monasterio cisterciense de Meaux (en Yorkshire), que pese a ser una monumental obra de erudición del siglo XIV tiene sus párrafos de prensa rosa: En él leemos que el rey Eduardo II de Inglaterra (1307-1327)  “in vitio sodomitico nimium delectabat” (“se deleitaba con el vicio sodomítico”) en especial con su amigo “fraternal” Piers Gaveston, conde de Cornualles: “Cuando el hijo del rey lo vio, sintió tanto amor que realizó un hermanamiento con él y se decidió resolutamente ante todos los mortales a entrelazar una liga indisoluble de amor con él.” reza, literalmente, la crónica. 
La cosa no acabó bien, claro. Al pobre Eduardo II le quitó el reino su mujer, Isabel “la loba de Francia” y su amante, sir Roger de Mortimer, y finalmente lo asesinaron en 1327 con el discreto método de introducirle un hierro al rojo vivo por el trasero, perforando y quemandole las entrañas. Luego, a guardar cama mientras agonizaba de una “enfermedad desconocida” que le hacía sangrar por el culo. Gaveston había sido, a su vez, asesinado quince años antes,  en 1312 (ríase usted de Juego de Tronos)...

Este tipo de uniones estaban aceptadas por la Iglesia Ortodoxa, y permitidas por la Católica (que no las aceptaría de pleno derecho hasta en Concilio de Trento, ya a mediados del siglo XVI). Se dice que el rito, en la Iglesia Irlandesa (que en la Edad Media fue un poco a su aire) incluía beber cada uno la sangre del otro... Lo cuenta un tal Geraldus, en un texto en el que pone a parir a los irlandeses... pero posiblemente son maledicencias sin fundamento real.  

Aparte de hacer juramento por escrito ante escribano y con testigos, las otras formas de unirse en jura fraternal podían ser: durante una misa y ante el sacerdote (prácticamente como si de una boda normal se tratara) o, si ningún sacerdote estaba por la labor, se hacían las juras ante el altar y luego los dos nuevos hermanos lo anunciaban en la puerta de la iglesia a la comunidad. La oración  habitual en las juras de fraternidad solía ser:

Dios todopoderoso, que fuiste antes que el tiempo y serás por todos los tiempos, que se rebajó a visitar a los hombres a través del seno de la Madre de Dios y Virgen María, envía a tu santo ángel a estos tus servidores [nombre] y [nombre], que se amen el uno al otro, así como tus santos apóstoles Pedro y Pablo se amaban, y Andrés y Jacobo, Juan y Tomás, Jacobo, Felipe, Mateo, Simón, Tadeo, Matías y los santos mártires Sergio y Baco, así como Cosme y Damián, no por amor carnal, sino por la fe y el amor del Espíritu Santo, que todos los días de su vida permanezcan en el amor. Por Jesucristo, nuestro señor. Amén

Así que si en una aventura de Aquelarre su DJ les saca una pareja de hombres que se quieren mucho....

No le digan que se ha pasado de moderno y homofilico, que estas cosas pasaban...








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