Por Ricard Ibáñez
No es ningún secreto, a estas alturas de la película, que cuando en 1988 empecé a recopilar material para escribir Aquelarre reuní varios grimorios de magia supuestamente “auténtica”. O que, por lo menos, la gente que en su tiempo creía en la magia tomó como tales. Los clásicos, no se vayan a pensar que cogí moderneces de Aleister Crowley (que, además, estaba un poco chalado, incluso en el ambiente del que les hablo). Los cincuenta hechizos de la primera edición de Aquelarre están sacados (en realidad, “inspirados”) en los grimorios de las Clavículas de Salomón, el Formulario de Alta magia, El libro de San Cipriano y El libro del Dragón Rojo y la Cabra Infernal. Así como el curso de “Mito, Magia y Religión” que por aquel entonces impartía Manuel Delgado en la UB (más las tutorías, Manuel es un provocador pero también un crack en la materia). Una cosa que me sorprendió es el hechizo que llamé Dominación, en el que una mujer somete a su voluntad a un hombre. Es un hechizo cuyo componente básico es la sangre menstrual, y que encontré, con muy pocos cambios, en lugares tan distantes como las comunidades de los vaqueiros de alzada asturianos, en la tradición gitana e incluso en un texto de los años 20 de la colonia francesa de Mauritania.
Ahora que soy más viejo y más sabio (porque me he equivocado más, y también porque he leído más) es algo que ya no me extraña tanto. El tabú de la sangre menstrual es algo inherente en la mayor parte de las culturas de todos los tiempos.
A través de la historia, las mujeres han sido consideradas impuras, por lo menos ritualmente. Entre los judíos, el flujo de sangre menstrual las colocaba, regularmente, en estado de profanación ritual. Y era una impureza que se transmitía en aquello que tocara, fuera una persona o un mueble, y por supuesto en la comida si la cocinaba. Y tabúes parecidos encontramos en los antiguos griegos y romanos. Plinio el Viejo señala, entre otras lindezas que:
“El contacto con el flujo mensual de la mujer amarga el vino nuevo, hace que las cosechas se marchiten, mata los injertos, seca semillas en los jardines, causa que las frutas se caigan de los árboles, opaca la superficie de los espejos, embota el filo del acero y el destello del marfil, mata abejas, enmohece el hierro y el bronce, y causa un terrible mal olor en el ambiente.”
Los Padres de la Iglesia Cristiana, que no eran precisamente unos feministas natos, no sólo mantuvieron este tabú sino que lo aumentaron, considerando el sexo, aunque fuera entre hombre y mujer casados legalmente, un acto sucio e indecoroso, un pecado necesario para la procreación de la especie y nada más. Por ser “ritualmente impura” una mujer no puede ejercer de sacerdote, ya que profanaría el santuario y, lo más sagrado, el altar. Desde 1140, a través del Decretum Gratiani, se especifica que la mujer no puede distribuir la comunión, ni enseñar catequesis, ni tocar los objetos o vestimentas sagradas. Por mucho que nos sorprenda, la mayoría de estas prohibiciones se mantienen (al menos en teoría) hasta el año 1983, con el nuevo Código Canónico. Aún no se les permite, sin embargo, ser ordenadas sacerdotes ni siquiera diáconos, pero bueno.
Aún hoy en día, en pleno siglo XXI, las mujeres de las zonas rurales de la India, durante el tiempo del periodo, son consideradas impuras, sucias, enfermas... malditas. Lo mismo sucede en países africanos como Tanzania o Kenia. A eso se añade el “alto coste” de tampones y compresas en esos países. En Kenia un paquete de ocho compresas cuesta 65 chelines kenianos. Al cambio, 60 céntimos de euro... la mitad del salario diario de un trabajador cualificado. Las mujeres de esos países han de apañarse con trapos viejos o incluso papel de periódico. Que, por supuesto, huelen y aumentan la sensación de “suciedad” de la mujer. Hablando de suciedad y mal olor, en Afganistán está extendida la creencia de que si una mujer con el periodo se lava sus partes íntimas se volverá infertil. En las zonas rurales al oeste del Nepal la situación llega más lejos: la tradición chaupadi implica aislar a las mujeres con regla mientras les dure el periodo, en una habitación o cobertizo sin ventanas.
Pero el tabú menstrual no se limita a países considerados “poco desarrollados”. En una sociedad del primer mundo como la japonesa, las mujeres no pueden ejercer el oficio de chef de sushi porque la menstruación causa “desequilibrio”. Según las palabras del chef especialista en sushi Yoshikazu Ono a The Wall Street Journal en 2011: "Para ser profesional hay que demostrar estabilidad en el sabor de tu comida, pero debido al ciclo menstrual las mujeres tienen un desequilibrio en su gusto y por eso no pueden ser chefs de sushi".
Dada esta naturaleza de “impureza” y “contaminación” presente en la sangre menstrual no es de extrañar que muchos hechizos de atadura, para que una mujer atraiga a un hombre y éste se muestre loco por ella y la obedezca en todo, esté presente la sangre menstrual. Claro que hay hechizos de este tipo que usan otros componentes, todos ellos muy... “personales” y bastante asquerosos de ingerir: fluidos corporales como el líquido amniótico de un bebé, saliva, semen, lágrimas, orina, heces, y otros como pelo de la cabeza, vello púbico y recortes de uñas. (¿Qué pasa? ¿Qué creen que contenían las pócimas de amor que fabricaban las brujas?). Sin embargo, por los tabúes que rodean la sangre menstrual, éste suele ser el componente más habitual.
La premisa básica es que si un hombre consume apenas una gota de sangre menstrual de una mujer, ese hombre estará atado apasionadamente a esa mujer por siempre. Es el hechizo de unión definitiva, el más poderoso encanto de amor de todos. Suele servirse en un líquido caliente. Hoy en día, café o té. En tiempos medievales, normalmente vino caliente especiado.
Dominación
Vis Secunda
Tipo: Poción, magia negra de origen popular.
Caducidad: Debe utilizarse de inmediato, nada más salir del cuerpo de la mujer.
Duración: 1D3x10 días.
Componentes: Unas gotas de flujo menstrual femenino.
Preparación: No requiere preparación: el componente se utiliza tal cual.
Descripción: El mago —o más bien maga, ya que este hechizo sólo puede ser utilizado por una mujer utilizando para ello su propio flujo menstrual— debe activar el hechizo y mezclar a continuación el componente con la comida o la bebida de un hombre —exacto: sólo puede usarse sobre un hombre—. Si éste falla la tirada de RR, la víctima se sentirá atado a ella y la obedecerá en todo lo que ella le ordene, aunque se le puede permitir una tirada de Templanza para resistirse a todas órdenes que atenten contra su naturaleza —pedirle a un sacerdote piadoso que reniegue de Dios, por ejemplo—, contra su familia o seres queridos o contra la propia integredidad de la víctima. Sea como sea, la maga debe tener cuidado al utilizar este hechizo, pues si se falla la tirada de activación, la víctima perderá buena parte de sus facultades mentales durante un tiempo: reduce 10 puntos su Cultura, puntos que irá recuperando a razón de 1 por semana. Si la tirada de activación fuera una pifia, la víctima moriría de forma automática.
Sabía yo que las mujeres vaqueiras eran dominantes a rabiar...
ResponderEliminarComo siempre, brutal !!!
ResponderEliminarMuy interesante. A seguir así.
C.V. Jackson
Es a mi gusto uno de los mejores hechizos que hay en Aquelarre, tanto a nivel de trasfondo como de utilidad ¡y únicamente de vis segunda! Si funciona dominas al tipejo cual marioneta, y si falla lo dejas atontao o incluso lo matas, es ideal para aderezar las comidas de todo aquel que nos queramos quitar de encima.
ResponderEliminarInteresante entrada :)
ResponderEliminar¿Se supone que el hechizo "Cadena de Silcharde" es la versión que abarcaría a magos de ambos sexos? Porque ambos tienen la misma duración y los efectos son prácticamente idénticos. ¿O habría otro tipo de hechizos en la otra dirección (mago masculino-->femenino)?