Al Rvdmo. P. abad del monasterio de San Gabriel, monseñor Domingo de Córdoba.
Querido hermano en Xto.:
En grado sumo celebro vuestra decisión de recopilar
historias que asistan a nuestros hermanos en su sagrada labor evangelizadora. A
pesar de los esfuerzos que, desde tiempos visigodos, la Santa Madre Iglesia
viene haciendo por erradicar el paganismo, este persiste con fuerza en
determinadas zonas de nuestra península, y no parece tarea fácil implantar en
esas rústicas y cerriles mentes arrebatadas por el diablo el temor de Dios.
Mas con humildad os digo que, habiendo sido yo limosnero, y
por ello acostumbrado a los viajes por los pueblos de mi comarca repartiendo
las dádivas entre los parias, habéis acudido a la persona indicada para
comenzar a engrosar vuestro libro. Pues muchas supersticiones llegaron a mis
oídos aquellos años, las cuales, sabedor de que es imposible borrarlas de la
memoria de los incultos, modifiqué para que, de enemigas de la cristiandad por su
apología de lo pagano, se tornaran en aliadas. No hay manera más eficaz de
apartarlos de falsos ídolos y demonios, pues incluso aquellas tradiciones
paganas más antiguas hallan su final al mezclarlas con las sempiternas verdades
racionales de la fe cristiana. ¿Quién si no iba a decir que acabaríamos con la arraigada
celebración del día de los ratones y las polillas, venerados como dioses a los
que apaciguar para que respetaran arcones y despensas, como comenta San Martín
de Braga en De correctione rusticorum?
Permitidme, por ende, que inaugure mi colaboración con una
de esas historias convenientemente sazonadas, que cale y castigue, estremezca y
advierta, para que el inculto recuerde y aprenda que desviarse de los rectos caminos
del Señor es condenar su cuerpo y su alma de manera indefectible.
El monje que vendió su borrico
Cuentan que por estas tierras había un pícaro de esos que llamamos giróvagos, que vagan de monasterio en monasterio en busca de asilo y comida fingiendo ser monjes sin en verdad serlo. Aquel redomado sollastre, que respondía al nombre de Andrés, viajaba a lomos de un burro, sustraído, sin duda, a algún incauto o incluso quizá de algún monasterio. No habría de irle mal el negocio, pues lucía oronda panza y nunca le faltaba el vino, al que era aficionado hasta un punto más allá de lo decente.
Cuentan que por estas tierras había un pícaro de esos que llamamos giróvagos, que vagan de monasterio en monasterio en busca de asilo y comida fingiendo ser monjes sin en verdad serlo. Aquel redomado sollastre, que respondía al nombre de Andrés, viajaba a lomos de un burro, sustraído, sin duda, a algún incauto o incluso quizá de algún monasterio. No habría de irle mal el negocio, pues lucía oronda panza y nunca le faltaba el vino, al que era aficionado hasta un punto más allá de lo decente.
Cierto día dirigíase a Montoro, donde habría de solazarse en
la feria para después visitar una cercana abadía y allí reponer fuerzas y
víveres de cuanto pudiera apropiarse. En el camino encontró a un campesino que,
concluida la jornada, regresaba a casa, y le ofreció llevarlo en el burro a
cambio de que le pusiera al corriente sobre los últimos acontecimientos en el
pueblo y la abadía. El hombre aceptó y montó detrás de él, pero, por mucho que
Andrés intentaba sonsacarle, solo recibía evasivas como respuesta, y, a veces,
ni siquiera le entendía cuando hablaba. Creyendo que era deficiente o que no
estaba totalmente en sus cabales, desistió y se limitó a permanecer en silencio
durante el resto del trayecto. Al poco, Andrés se apercibió de que la
respiración de su acompañante se había ido haciendo cada vez más pesada, como
si se hubiera quedado dormido. No obstante, le tenía fuertemente agarrado por
la cintura, y, de hecho, la presión de sus dedos era cada vez mayor. Llegó un
momento en que el dolor ya se hizo insoportable, y se volvió para pedirle que
no le apretara tanto. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la
persona que montaba a su espalda en ese momento no era la misma que había
recogido hacía un rato. Su piel era de un tono verdoso, unos dientes enormes le
sobresalían, sus ojos eran brasas encendidas, y le estaba clavando unas
horribles garras en el costado. Fue tal el sobresalto, que Andrés se cayó del
burro y salió corriendo despavorido hacia el pueblo sin mirar atrás.
La gente le vio llegar exhausto y pidiendo socorro. Varios
acudieron pensando que había sido víctima de los bandidos que abundan en Sierra
Morena. Entre balbuceos, al fin pudieron entenderle que un monstruo le había atacado
en el camino mientras se dirigía al pueblo montado en su burro. Dudaron al
principio los presentes al ver su hábito de monje, pero, al percibir el hedor a
vino que desprendía su aliento, llegaron a la conclusión de que el exceso de
morapio había sorbido la sesera a aquel religioso, máxime cuando vieron llegar su
montura a paso sereno, sin ningún extraño jinete sobre ella y con las alforjas
repletas de garrafas llenas del báquico licor. Entre nervios, dolor e
indignación, Andrés sufrió lo que aquí llamamos una alferecía, y cayó al suelo
sin conocimiento. Entre varios le llevaron a la posada para que pudiera descansar, y fue entonces cuando vieron que tenía el hábito abierto y
ensangrentado por los costados. Llamaron a un cirujano que había llegado al
pueblo para montar su tienda con motivo de la feria y estaba alojado en aquella
posada. Cuando este le descubrió el torso para explorarlo, quedó espantado, y
dijo que, a pesar de haber visto heridas de todo tipo, jamás había presenciado
una tan terrible ni conocía animal que pudiera causar tamaños desgarros.
Recuperado del mal trance y de sus heridas, se dice que Andrés
vendió su borrico y su vino y acudió al monasterio con todo lo recaudado,
ofreciéndolo al abad como donación a cambio de su ingreso permanente. Jamás
habló con nadie a partir de entonces si no era para contar cómo el haberse desmandado
de la senda del Señor le arrojó a las garras del demonio, mas que Aquel le
permitió sobrevivir a su horrible encuentro para darle la oportunidad de
arrepentirse y llevar una vida piadosa durante el resto de sus días.
Ideas de aventuras:
- Todo es un montaje perpetrado por Andrés y sus socios bandidos, entre los que se encuentra el cirujano, para sembrar el pánico en el pueblo. Al día siguiente, otra persona (otro de los bandidos) aparece con las mismas heridas. El pánico cunde entre la población, hasta el punto de que existe el riesgo de que se suspenda la feria. El objetivo de los bandidos es que los contraten para vigilar los caminos, recomendados por alguien del Concejo, que sacará una buena tajada del asunto. Pero el Concejo también contratará a los PJ. Esta vez tendrán al enemigo bastante cerca, ya que los bandidos aprovecharán la más mínima distracción para quitarlos de en medio.
- Andrés no ha sido más que objeto de un escarmiento. Conocida su condición de giróvago por el abad, este contrató a alguien para que le diera un buen susto. El problema es que esa persona ha desaparecido. El asunto requiere discreción, por lo cual el abad contratará a los PJ para que lo resuelvan. Y es que una corrupia (pág. 366 del manual de juego) se ha establecido en las cercanías del pueblo y necesita comida para ella y sus crías.
- En una gruta cercana al pueblo se han congregado varios miembros de la Secta del Magisteruelo (pág. 454 del manual de juego) que están invocando demonios para causar el terror y la confusión en los alrededores. Su intención es provocar la suspensión de la feria debido al miedo provocado por sus acciones, ya que este es el mandato de Frimost (pág. 279 del manual de juego), demonio del que son acólitos. De conseguirlo, se harán mucho más poderosos y será mucho más difícil expulsarlos.
Muy guapa, acojona hasta leerla.
ResponderEliminarGracias, Rigal. Además, está basada en una leyenda del siglo XX, la cual he adaptado.
EliminarMuy buena leyenda... y si continuara con fray Andres en la abadia, y sus heridas empiezan a supurar y convertirse en llagas y bubones negros?
ResponderEliminarInteresante... Sería entonces cosa de Guland, que se anotaría todo un tanto al conseguir infectar a toda una abadía.
EliminarFray Andrés, sin saberlo, ha sido poseído y el diablo aprovecha para dar un golpe de mano dentro del monasterio. Solo los pjs que pasan la noche dentro podrán evitarlo.
ResponderEliminar¡Muy buena idea! Mira la idea de Guland del mensaje anterior.
EliminarGenial, un asunto de aparente sencillez pero delicado en su resolución, como dictan las ideas de aventuras propuesta. ¿Y si el vino vendido fuera empleado en la feria y estuviera contaminado y produjera alucinaciones generalizadas... y en esos momentos llegaran los PJ?
ResponderEliminar¡Enhorabuena!
¡Gracias! Tu idea me recuerda a una de las aventuras de la genial campaña Danza Macabra, en la que los PJ, al entrar en una casa, creen ver cosas que en realidad no existen. En una feria los efectos serían muy interesantes.
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