13 de julio de 2017

Leyenda: El monje que vendió su borrico


Por Juan Pablo Fernández del Río

Al Rvdmo. P. abad del monasterio de San Gabriel, monseñor Domingo de Córdoba.

Querido hermano en Xto.:

En grado sumo celebro vuestra decisión de recopilar historias que asistan a nuestros hermanos en su sagrada labor evangelizadora. A pesar de los esfuerzos que, desde tiempos visigodos, la Santa Madre Iglesia viene haciendo por erradicar el paganismo, este persiste con fuerza en determinadas zonas de nuestra península, y no parece tarea fácil implantar en esas rústicas y cerriles mentes arrebatadas por el diablo el temor de Dios.

Mas con humildad os digo que, habiendo sido yo limosnero, y por ello acostumbrado a los viajes por los pueblos de mi comarca repartiendo las dádivas entre los parias, habéis acudido a la persona indicada para comenzar a engrosar vuestro libro. Pues muchas supersticiones llegaron a mis oídos aquellos años, las cuales, sabedor de que es imposible borrarlas de la memoria de los incultos, modifiqué para que, de enemigas de la cristiandad por su apología de lo pagano, se tornaran en aliadas. No hay manera más eficaz de apartarlos de falsos ídolos y demonios, pues incluso aquellas tradiciones paganas más antiguas hallan su final al mezclarlas con las sempiternas verdades racionales de la fe cristiana. ¿Quién si no iba a decir que acabaríamos con la arraigada celebración del día de los ratones y las polillas, venerados como dioses a los que apaciguar para que respetaran arcones y despensas, como comenta San Martín de Braga en De correctione rusticorum?

Permitidme, por ende, que inaugure mi colaboración con una de esas historias convenientemente sazonadas, que cale y castigue, estremezca y advierta, para que el inculto recuerde y aprenda que desviarse de los rectos caminos del Señor es condenar su cuerpo y su alma de manera indefectible.

El monje que vendió su borrico

Cuentan que por estas tierras había un pícaro de esos que llamamos giróvagos, que vagan de monasterio en monasterio en busca de asilo y comida fingiendo ser monjes sin en verdad serlo. Aquel redomado sollastre, que respondía al nombre de Andrés, viajaba a lomos de un burro, sustraído, sin duda, a algún incauto o incluso quizá de algún monasterio. No habría de irle mal el negocio, pues lucía oronda panza y nunca le faltaba el vino, al que era aficionado hasta un punto más allá de lo decente.

Cierto día dirigíase a Montoro, donde habría de solazarse en la feria para después visitar una cercana abadía y allí reponer fuerzas y víveres de cuanto pudiera apropiarse. En el camino encontró a un campesino que, concluida la jornada, regresaba a casa, y le ofreció llevarlo en el burro a cambio de que le pusiera al corriente sobre los últimos acontecimientos en el pueblo y la abadía. El hombre aceptó y montó detrás de él, pero, por mucho que Andrés intentaba sonsacarle, solo recibía evasivas como respuesta, y, a veces, ni siquiera le entendía cuando hablaba. Creyendo que era deficiente o que no estaba totalmente en sus cabales, desistió y se limitó a permanecer en silencio durante el resto del trayecto. Al poco, Andrés se apercibió de que la respiración de su acompañante se había ido haciendo cada vez más pesada, como si se hubiera quedado dormido. No obstante, le tenía fuertemente agarrado por la cintura, y, de hecho, la presión de sus dedos era cada vez mayor. Llegó un momento en que el dolor ya se hizo insoportable, y se volvió para pedirle que no le apretara tanto. Fue entonces cuando se dio cuenta de que la persona que montaba a su espalda en ese momento no era la misma que había recogido hacía un rato. Su piel era de un tono verdoso, unos dientes enormes le sobresalían, sus ojos eran brasas encendidas, y le estaba clavando unas horribles garras en el costado. Fue tal el sobresalto, que Andrés se cayó del burro y salió corriendo despavorido hacia el pueblo sin mirar atrás.

La gente le vio llegar exhausto y pidiendo socorro. Varios acudieron pensando que había sido víctima de los bandidos que abundan en Sierra Morena. Entre balbuceos, al fin pudieron entenderle que un monstruo le había atacado en el camino mientras se dirigía al pueblo montado en su burro. Dudaron al principio los presentes al ver su hábito de monje, pero, al percibir el hedor a vino que desprendía su aliento, llegaron a la conclusión de que el exceso de morapio había sorbido la sesera a aquel religioso, máxime cuando vieron llegar su montura a paso sereno, sin ningún extraño jinete sobre ella y con las alforjas repletas de garrafas llenas del báquico licor. Entre nervios, dolor e indignación, Andrés sufrió lo que aquí llamamos una alferecía, y cayó al suelo sin conocimiento. Entre varios le llevaron a la posada para que pudiera descansar, y fue entonces cuando vieron que tenía el hábito abierto y ensangrentado por los costados. Llamaron a un cirujano que había llegado al pueblo para montar su tienda con motivo de la feria y estaba alojado en aquella posada. Cuando este le descubrió el torso para explorarlo, quedó espantado, y dijo que, a pesar de haber visto heridas de todo tipo, jamás había presenciado una tan terrible ni conocía animal que pudiera causar tamaños desgarros.

Recuperado del mal trance y de sus heridas, se dice que Andrés vendió su borrico y su vino y acudió al monasterio con todo lo recaudado, ofreciéndolo al abad como donación a cambio de su ingreso permanente. Jamás habló con nadie a partir de entonces si no era para contar cómo el haberse desmandado de la senda del Señor le arrojó a las garras del demonio, mas que Aquel le permitió sobrevivir a su horrible encuentro para darle la oportunidad de arrepentirse y llevar una vida piadosa durante el resto de sus días.

Ideas de aventuras:
  • Todo es un montaje perpetrado por Andrés y sus socios bandidos, entre los que se encuentra el cirujano, para sembrar el pánico en el pueblo. Al día siguiente, otra persona (otro de los bandidos) aparece con las mismas heridas. El pánico cunde entre la población, hasta el punto de que existe el riesgo de que se suspenda la feria. El objetivo de los bandidos es que los contraten para vigilar los caminos, recomendados por alguien del Concejo, que sacará una buena tajada del asunto. Pero el Concejo también contratará a los PJ. Esta vez tendrán al enemigo bastante cerca, ya que los bandidos aprovecharán la más mínima distracción para quitarlos de en medio.
  • Andrés no ha sido más que objeto de un escarmiento. Conocida su condición de giróvago por el abad, este contrató a alguien para que le diera un buen susto. El problema es que esa persona ha desaparecido. El asunto requiere discreción, por lo cual el abad contratará a los PJ para que lo resuelvan. Y es que una corrupia (pág. 366 del manual de juego) se ha establecido en las cercanías del pueblo y necesita comida para ella y sus crías.
  • En una gruta cercana al pueblo se han congregado varios miembros de la Secta del Magisteruelo (pág. 454 del manual de juego) que están invocando demonios para causar el terror y la confusión en los alrededores. Su intención es provocar la suspensión de la feria debido al miedo provocado por sus acciones, ya que este es el mandato de Frimost (pág. 279 del manual de juego), demonio del que son acólitos. De conseguirlo, se harán mucho más poderosos y será mucho más difícil expulsarlos.

8 comentarios:

  1. Muy guapa, acojona hasta leerla.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Rigal. Además, está basada en una leyenda del siglo XX, la cual he adaptado.

      Eliminar
  2. Muy buena leyenda... y si continuara con fray Andres en la abadia, y sus heridas empiezan a supurar y convertirse en llagas y bubones negros?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Interesante... Sería entonces cosa de Guland, que se anotaría todo un tanto al conseguir infectar a toda una abadía.

      Eliminar
  3. Fray Andrés, sin saberlo, ha sido poseído y el diablo aprovecha para dar un golpe de mano dentro del monasterio. Solo los pjs que pasan la noche dentro podrán evitarlo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Muy buena idea! Mira la idea de Guland del mensaje anterior.

      Eliminar
  4. Genial, un asunto de aparente sencillez pero delicado en su resolución, como dictan las ideas de aventuras propuesta. ¿Y si el vino vendido fuera empleado en la feria y estuviera contaminado y produjera alucinaciones generalizadas... y en esos momentos llegaran los PJ?

    ¡Enhorabuena!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Gracias! Tu idea me recuerda a una de las aventuras de la genial campaña Danza Macabra, en la que los PJ, al entrar en una casa, creen ver cosas que en realidad no existen. En una feria los efectos serían muy interesantes.

      Eliminar